jueves, 21 de agosto de 2025

Reflexión Profunda: “No alimentes al espíritu de Maldad”

 

Hay una sed terrible en un espíritu inmundo. Cuando sale del hombre, dice la Escritura, anda por lugares secos, buscando descanso. Ese “andar” no es casual: no tiene paz, no tiene satisfacción, no tiene un lugar propio donde calmar su sed de hacer el mal. Solo puede saciarse usando un corazón humano, un cuerpo, un alma que le sirva de morada. Sin nosotros, está perdido, frustrado, incompleto.

Y esto nos debe despertar: el mal depende de nuestra vida para existir plenamente. Cada vicio, cada pecado, cada impulso hacia lo indebido es alimento para esa oscuridad. Pero nosotros no fuimos creados para ser anfitriones de maldad. Fuimos creados para ser morada de Dios, para que Su Espíritu habite en nosotros y se manifieste en obras buenas, en palabras de amor, en decisiones que reflejen Su luz.

Jesús nos mostró la manera de vivir alimentados: no por pan, sino por la palabra de Dios, cumpliendo la voluntad del Padre. Su alimento era la obediencia, la justicia, la entrega de su vida al propósito divino. Cuando Jesús enfrentó la tentación, no cedió al hambre, ni al orgullo, ni al poder; se fortaleció en la Palabra. Así también podemos nosotros: llenando nuestra vida de oración, de amor sincero, de verdad y justicia. Cada acto de bondad y cada resistencia al pecado es alimento que fortalece el alma y deja al mal con hambre.

El verdadero ayuno no es solo abstenerse de comida; es abstenerse de alimentar el mal que habita en nosotros. Es decir “no” a todo impulso que nos arrastre hacia el pecado, es no darle de comer al espíritu inmundo. Así, cuando decidimos vivir en rectitud, cuando elegimos el bien, debilitamos al enemigo que solo puede existir usando nuestra vida.

El espíritu inmundo no tiene compasión. No le importa si el anfitrión está muriendo por su propia maldad, si está destruido por vicios, por orgullo o por rencor. Si un corazón se quiebra y muere en el pecado, el espíritu busca otro anfitrión, otra vida donde saciar su sed de maldad. Dios no quiere eso. Dios quiere que cada uno de nosotros sea fuerte, alimentado por Su Espíritu, incapaz de ser usado por la maldad.

Cuando permitimos que Dios habite en nuestro corazón, la maldad pierde su poder. No hay lugar donde pueda descansar, no hay alimento donde pueda saciarse. Solo hay vida, paz y propósito. Y esa vida se refleja en nuestra forma de amar, de servir, de actuar. Un alma alimentada por Dios no solo se protege a sí misma, sino que se convierte en refugio de luz para otros.

Hoy es un llamado a mirar dentro de ti y preguntarte: ¿qué alimento estoy ofreciendo al espíritu inmundo que quiere vivir en mí? Cada pensamiento, cada acción, cada decisión es una oportunidad para fortalecerme en Dios y debilitar al mal. No somos morada de oscuridad; somos morada de luz. No somos invitados a servir al mal; estamos destinados a reflejar el amor de Dios.

Que esta reflexión sea más que palabras: que se convierta en un acto de decisión. Que cada vez que resistas el pecado, cada vez que busques hacer el bien, estés diciendo al espíritu inmundo: “No, aquí no hay lugar para ti. Esta vida es de Dios, y en Él encuentro alimento, fortaleza y paz.”

Porque mientras el mal depende de nosotros para existir, Dios depende de nuestra entrega para manifestar Su amor. Y en esa entrega, encontramos la victoria: sobre la tentación, sobre la maldad, sobre la vida misma. No hay mayor poder que un corazón humano habitado por Dios, ni mayor seguridad que saber que, en Él, ningún espíritu inmundo puede tocar nuestra verdadera esencia.

Autor:  Félix Guerra Velásquez 

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