Dios es muchísimo más de lo que podemos entender. Parece ser que es un maestro que trabaja en nuestro aprendizaje 24 horas al día, los 7 días de la semana. Además de eso, nunca se cansa, no pide vacaciones y no hay quien le enseñe a Él, porque simplemente lo sabe todo.
Y en eso de enseñar y aprender, ¿has notado que hay veces en las que Dios siempre hace las cosas hasta el último momento? Sí, hasta el último momento, y parece ser que Él espera ese momento. Al principio pensé que se trataba de hacerse notar, pero, conociendo a Dios, yo sabía que Él no es así y no tiene necesidad de hacerlo, pues no busca fama como lo hace cualquier mortal.
Entonces, ¿por qué esperar hasta el último momento? De pronto, se me cayó el velo de los ojos y me di cuenta de que no se trata de Él, sino de nosotros. Por ejemplo: inicias un nuevo negocio y, desde el principio, oras a Dios y le pides que te ayude. Pero el que hace los planes eres tú, y sigues tu plan; y si no funciona, tienes plan B, plan C, plan D, y quizá recorres todo el abecedario de planes hasta que, por fin, te das por vencido y lloras por la frustración. Es allí cuando le dices a Dios: “Toma el control de esto, porque lo eché a perder y no tengo más fuerzas ni recursos para seguir.”
A veces ni siquiera es necesario orar; basta con darte por vencido y reconocer que no pudiste para que Dios actúe.
Entonces, no se trata de Dios, sino de que fingimos darle el control de todo, pero en realidad no lo hacemos. Dios espera que quitemos la mano del asunto para que Él pueda poner la suya y dirigir todo hacia el bien que esperamos.
Al notar esto, me di cuenta de que Dios es el ser más paciente del universo y, a pesar de ver nuestro desatino, aun así espera hasta el último momento, que es cuando en verdad le damos el control.
Como vimos antes, le damos el control no porque queramos hacerlo, sino porque ya no tenemos más fuerza, inteligencia ni recursos para seguir.
En pocas palabras, le damos nuestro fracaso a Dios, y Él lo convierte en algo precioso para nuestro bien.
Si tan solo entendiéramos esto, le cederíamos el control desde el inicio; pero somos nosotros los que esperamos hasta el último momento para darle el verdadero control.
Este principio se aplica a muchas cosas en el mundo espiritual. Por ejemplo: cuando nosotros nos defendemos, Dios nunca nos defiende; cuando ya no tenemos fuerza para defendernos, entonces es cuando Dios nos defiende. Si nosotros no nos defendiéramos desde el inicio, entonces Dios nos defendería desde siempre.
Creo que todo esto es cuestión de reconocer nuestra limitada capacidad en todos los sentidos, y de entender que, para todo, necesitamos darle el control a Dios y tener confianza en Él.
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