martes, 15 de julio de 2025

CUANDO VAMOS A LA GUERRA

 Imaginemos a un joven de 18 años que decide enlistarse en el ejército de su país. A esa edad, muchos sueñan con ser parte de algo grande, anhelan disciplina, desean mejorar su condición física y mental, o sienten el fervor de “servir a la patria”. Hasta allí, todo parece noble y heroico. Pero ¿qué ocurre cuando ese joven, después de entrenar, marchar y empuñar un arma, comienza a ver más allá de los discursos? ¿Qué pasa cuando la niebla de la propaganda militar se disipa?


Descubre entonces una verdad incómoda: que el ejército al que pertenece no existe para proteger al ciudadano común, ni para defender a la nación en un sentido puro. Descubre que la guerra no es una lucha de ideales, sino de intereses. Que los verdaderos motivos de los conflictos no se anuncian en las noticias, ni se enseñan en los entrenamientos, porque son demasiado vergonzosos para ser admitidos.

Mi querido amigo, escúchame bien:
Los ejércitos del mundo no existen para protegerte. Existen para proteger el poder.
Ese poder no es tuyo, ni mío, ni de la gente trabajadora. Es el poder de los que tienen demasiado y temen perderlo.

Lo que debes saber:

  1. No estás sirviendo a tu país. Estás sirviendo a quienes gobiernan desde las sombras, tras escritorios, tras contratos millonarios, tras industrias armamentistas que lucran con cada disparo.

  2. No estás protegiendo a los ciudadanos. Porque los ciudadanos siguen siendo pobres, siguen teniendo hambre, siguen esperando justicia. ¿A quién protege entonces un ejército?

  3. No hay gloria en entregar tu voluntad. Cuando firmas ese contrato, renuncias a tu derecho más sagrado: decir “no”. Ya no eres libre. La obediencia es obligatoria, incluso si la orden es inhumana.

  4. No hay virtud en ser entrenado para matar. Porque la violencia jamás ha sido un camino hacia la paz, y matar por orden ajena es la forma más trágica de perder tu humanidad.

  5. El uniforme no te hace superior a nadie. El verdadero valor no se mide por el uniforme que portas, sino por tu capacidad de pensar, sentir y elegir lo correcto.

Entonces, si no estás protegiendo a tu país… ¿a quién estás protegiendo?

Para entenderlo, imagina que tu país es invadido. ¿Qué tiene realmente que perder un ciudadano pobre? No tiene empresas, ni grandes fincas, ni bancos con su nombre. Pero un rico… él sí tiene mucho que perder: propiedades, privilegios, estatus. Así que, para proteger su mundo, crea un ejército. ¿Y cómo consigue que tú te conviertas en su escudo humano? Fácil: te vende una idea. Te dice que estás defendiendo a tu nación, a tus seres queridos, a tu hogar. Apela a lo más noble que hay en ti: tu amor por los tuyos. Pero todo es un truco emocional.

Mientras tú duermes bajo la lluvia con el fusil en la mano, sus hijos duermen en camas suaves.
Mientras tú arriesgas tu vida en el campo de batalla, ellos beben vino en recepciones diplomáticas.
Mientras tú mueres como un número más, ellos siguen multiplicando sus fortunas.
Tú eres solo una estadística.
"15,000 efectivos… 4,500 caídos en combate". Así, sin nombres, sin historia, sin rostro.

¿Y sabes qué es lo más triste? Que cuando vuelvas a casa —si vuelves—, seguirás siendo pobre. Nadie te dará las gracias. Nadie cuidará de tus heridas internas. Nadie te devolverá lo que perdiste.
Y entonces, tal vez te preguntes: ¿valió la pena?

Por eso, si quieres servir de verdad, piensa en otras formas de hacerlo.
Si deseas cuidar a los ciudadanos, hazte bombero, paramédico, maestro, policía honesto, defensor de los más débiles. Porque esos sí están al servicio de la vida, no de la muerte.


Reflexión Final

La verdadera guerra es interna. Es la batalla diaria por mantenernos humanos en un mundo que quiere volvernos obedientes, fríos y funcionales como una máquina. No hay mayor victoria que conservar la conciencia limpia, los principios firmes y el corazón despierto.
No te dejes usar por quienes nunca sangran.
No pongas tu vida al servicio de quienes jamás arriesgan la suya.

La patria no necesita soldados que maten por órdenes, necesita almas valientes que vivan por convicción.
Y tú puedes ser uno de ellos.

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