Muchas personas, al escuchar sobre el yin y el yang, lo interpretan como una forma elegante de describir la lucha interior entre el bien y el mal. Sin embargo, esta es una confusión muy común y alejada de lo que realmente representa este antiguo principio de la filosofía china.
El yin y el yang no son fuerzas morales opuestas. No simbolizan el pecado contra la virtud, ni el amor contra el odio. Representan, más bien, las dos energías complementarias que se manifiestan en todos los aspectos de la existencia: el reposo y el movimiento, la noche y el día, la suavidad y la firmeza, el recibir y el dar, la contemplación y la acción.
Estas dos energías no están en guerra. Están en danzante equilibrio, recordándonos que cuando una domina en exceso sobre la otra, surge el desequilibrio, y con él, el sufrimiento. No porque el yin o el yang sean "malos", sino porque al perder la armonía, nuestras virtudes se distorsionan.
Ejemplo simple: El valor (yang) es una virtud. Pero sin su contraparte, la reflexión (yin), se convierte en imprudencia. Por otro lado, la paciencia (yin) es una virtud. Pero sin el impulso (yang) para actuar, puede transformarse en apatía o cobardía.
Esto nos enseña que no se trata de hacer lo "malo" por equilibrio, sino de mantener nuestras cualidades humanas y espirituales en proporción, para no caer en excesos que dañan. El desequilibrio puede alejarnos del amor, del servicio, de la empatía, y afectar negativamente a quienes nos rodean.
La Biblia, aunque no utiliza la terminología del yin y el yang, refleja principios similares. Cuando Jesús echó a los mercaderes del templo, actuó con firmeza (yang), pero cuando abrazó a los niños, lo hizo con ternura (yin). Nunca hubo contradicción en Él, porque ambas energías estaban en equilibrio bajo el gobierno del Espíritu.
También el apóstol Pablo lo entendía cuando decía: "Cuando soy débil, entonces soy fuerte". No es una contradicción, sino una conciencia del dinamismo que existe en el alma humana cuando el orgullo se apaga (yin) y el poder de Dios se activa (yang).
Por eso, debemos dejar de ver nuestra vida como una constante batalla entre el bien y el mal en cada decisión. El bien, desde la perspectiva bíblica, es claro: amar, servir, perdonar, actuar con justicia, hablar con verdad. El yin y el yang, en cambio, nos ayudan a entender cómo vivir esas virtudes sin caer en extremos que las deformen.
Somos seres conscientes, capaces de comprender. Y al entender este mensaje, podemos caminar con sabiduría. Podemos ser firmes sin ser duros, suaves sin ser frágiles, activos sin ansiedad, y pacientes sin resignación.
El yin y el yang no justifican el pecado, sino que nos invitan a cultivar un corazón equilibrado, desde donde florezca lo mejor de nuestra humanidad, sin herirnos ni herir a otros por falta de armonía interior.
Cultivar ese equilibrio es caminar con sabiduría.
Autor: Félix Guerra Velásquez.
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